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Tesoros de nuevo formato

Quién no ha soñado alguna vez con emular al joven Hawking en La Isla del Tesoro y vivir las aventuras que le llevaron a surcar los mares?

Más de un siglo ha transcurrido desde que el escritor Robert Louis Stevenson recogió en papel las andanzas de temidos piratas, cofres repletos de oro, mapas y cartas de navegación, pero el espíritu de la novela del escocés está más vivo que nunca rebautizado ahora como Geocaching –cache, del francés esconder- un juego activo en todo el mundo, que requiere de la tecnología GPS (Sistema de Posicionamiento Global) y de la participación de los buscadores, que esconden y hallan tesoros.

Ahora el buscador de tesoros se llama geocacher y pirata es un término que aparece más veces vinculado a la navegación on-line que a aquella que le dio nombre: la marítima. Además, el significado de “pirata” hoy en el mundo occidental ha evolucionado hasta convertirse en un tipo que descarga contenidos audiovisuales de forma gratuita en la red.

Pero para hablar del nacimiento del geocaching hay que remontarse al año 2000 y trasladarse a EEUU cuando el gobierno eliminó la Disponibilidad Selectiva, o lo que es lo mismo, rebajar la calidad de la señal GPS para cuestiones comerciales. El objetivo había sido preservarla con fines militares y evitar así que el sistema fuese utilizado por los enemigos de los Estados Unidos. Para celebrar este anuncio, un miembro de Sistemas Globales de Navegación por Satélite (GNSS), David Ulmer, propuso un juego al resto del equipo. Ulmer escondió un cofre del tesoro cerca de la ciudad de Portland, Oregón, e informó de la ubicación al grupo con las coordenadas exactas. El de Portland fue el primer caché y la primera experiencia de geocaching.

Dar con este pequeño tesoro tiene importancia simbólica para el buscador del siglo XXI. Mari Cruz Reyero, una castellanoleonesa recién incorporada al juego, destaca que su hermana cuenta en su haber el valioso descubrimiento. Fue hace tan solo un mes. “Ella es la responsable del hallazgo más importante, el primero, que ahora es conmemorativo, y se conocecomo original stahs” -nombre con el que se denominó al caché-, relata emocionada Reyero.

Y si se habla de tesoros, encontrar un micro imán del tamaño de un dado o una fiambrera en un lugar recóndito es una experiencia que colma de satisfacción al geocacher. “Quizá somos un poco niños, porque, al menos a mí, no me importa rebozarme en el barro con tal de encontrar un tesoro”, admite Reyero. Pero los tesoros hoy no se presentan en doblones de a ocho como el del temido pirata de Stevenson Billy Bones y tampoco se entierran en islas remotas. Estos convencionales botines se encuentran de forma excepcional y nada tienen que ver con el geocahing, sino con multinacionales de exploración marina. Es el caso de Odyssey y de Nuestra Señora de las Mercedes, la fragata española que los ingleses hundieron frente a las costas de Cádiz hace 200 años con miles de monedas de oro y plata acuñadas en Bolivia y Perú.

Sin embargo sí hay un elemento común que se mantiene a pesar de los siglos: es necesario atestiguar dónde está enterrado el tesoro.

Donde antes había un maltrecho mapa, ahora aparece la tecnología GPS o un aparato de telefonía móvil con conexión a internet. “Antes necesitabas un GPS de más de 100 euros para poder jugar, en cambio ahora con un teléfono móvil con GPS tienes suficiente”, explica Marc Roig, otro buscador de Barcelona. Pero cada uno se organiza como puede o como quiere. Reyero se enorgullece de jugar sin tecnología en el momento de la búsqueda. “No llevo GPS, miro las coordenadas por Google Maps. Quizá sea la única, pero así llevo encontrados 292 cachés” y en tan solo siete meses. Así, lo que antes venía señalado en un mapa con unas aspas y unas pistas dadas en pasos, hoy han sido sustituidos por precisas indicaciones no necesariamente encriptadas: las coordenadas del objeto enterrado.

La globalización e internet, estrechamente vinculados al geocahing, se encargaron de hacer el resto y en la actualidad existen 1,661.953 tesoros activos y más de cinco millones de geocachers registrados en todo el mundo. Esta actividad, mitad juego mitad deporte, ha experimentado en España una “progresión espectacular”, según cuenta Rafael Corredor, alias Guanacos, que forma equipo con su mujer desde hace seis años. “Para hacerse una idea, existe un ranking en el que apareces cuando encuentras más de 200 objetos. Cuando yo entré –él comenzó en 2006- en la lista éramos 9, ahora hay 800”, aporta este cazador de tesoros de Sabadell. Uno de los equipos inscritos con mejor currículum en España suscribe las palabras de Corredor. Son Tecnics, llevan 10 años en el mundo de la búsqueda de tesoros con GPS y ocupan el quinto lugar en el ranking. “En nuestros inicios no había más de 50 cachés en toda España y actualmente hay miles”, confirman.

En el gecocahing, la evolución tecnológica es el origen del juego. Una página web (geocaching.com) agrupa y conecta a los buscadores de todo el mundo. La elección de un alias y un breve registro permiten el acceso gratuito a la información (coordenadas y pistas) sobre cualquier tesoro activo en la web. “Están por todas partes”, explica Marta Acosta mientras muestra en su móvil un mapa lleno de pequeñas chinchetas que marcan la ubicación de decenas de tesoros en el barri de Gràcia de Barcelona. Según la página oficial, en España hay activos 18.460 tesoros y en Cataluña superan los 8.000. Un buscador castellonense, José Juan Sidro justifica esta cifra: “Los catalanes son los que dominan”.

La búsqueda del tesoro tiene muchos alicientes, desde “descubrir lugares nuevos y darlos a conocer”, pasando por “la socialización y el intercambio de experiencias” hasta “el afán de conseguir un reto”. En esta línea destaca lo que  se conoce como First to Find (FTF).  “Existen unas notificaciones que te avisan cuando se publica un tesoro nuevo y cualquier geocacher lo puede ir a buscar. El primero que lo encuentra recibe un certificado FTF”, cuenta Ferran Figuerola, otro barcelonés sumado al caching. Marta narra entre risas que “la gente se pega por encontrarlo el primero. Para algunos es como una medalla”.

Como dice Roig entre la comunidad de buscadores reina “el buen rollo, civismo y respeto”. Se trata pues de una competición sana. Sin embargo, de los que sí hay que cuidarse, anuncian, es de los muggles. Los geocahers toman el término de la saga Harry Potter de la británica J. K. Rowling. En la novela, el concepto sirve para designar a aquellos que no poseen aptitudes mágicas. En el juego de la búsqueda del tesoro, el muggle es aquel que desconoce la existencia del juego, lo que lleva en ocasiones al “expolio de tesoros”.

Por esta razón la mayoría prefiere la búsqueda en montaña. Además de por el contacto con la naturaleza, Sònia Oliveras, o Sonittte como alias, explica que “los contenedores pueden ser más grandes y se está más tranquilo para buscar el tesoro”. Una tranquilidad que no siempre se encuentra en ciudad. Acosta reconoce haber cesado en el empeño de dar con el tesoro hasta en tres ocasiones por miedo a levantar sospechas y romper el encanto y secretismo que este juego lleva implícito.

Bien es cierto que las fiambreras y objetos que esconden las montañas no podrían ser ocultos en núcleos urbanos sin despertar suspicacias. “El jueves pasado nos reunimos un grupo de 10 personas porque a las nueve de la noche iba a sonar un caché despertador en medio de la montaña de Montcada”, destaca Marta entre sus últimas búsquedas. En este caso, además de las coordenadas hizo falta silencio en la oscuridad de la noche como pista para localizar el caché.

El aliciente de la oscuridad ha favorecido la proliferación de las gymkanas nocturnas. Marta recuerda “ir por la montaña en una ruta de cinco kilómetros con una linterna frontal en la cabeza. Los árboles tenían placas reflectantes y al impactar la luz marcaban el camino. Un reflejo indicaba el rumbo correcto, dos que habías perdido el recorrido y tres, que el tesoro estaba allí. ¡Encontramos un baúl!”, relata.

Las curiosidades de los buscadores no acaban ahí. “Anécdotas hay muchas, casi tantas como caches encontrados”, afirma la pareja, que se hace llamar Tecnics. “Tener que esperar un buen rato porque hay alguien sentado justo encima del tesoro, ser interrogados por la policía, quedarnos sin pilas en el GPS después de caminas un buen rato”, son algunas de sus aventuras y cada geocacher tiene su propio historial.

La madrileña Henar Lanchas López sitúa en Francia, en la zona de la Peña, “el mejor caché” que ha encontrado nunca. “Vimos un vale por una jarra de vino y una ración de chorizo para un restaurante en Vegas de Coria y con más miedo que vergüenza decidimos canjearlo. Y, efectivamente, ¡nos dieron nuestra ración!”, cuenta Henar. “El hijo de la dueña practicaba el juego y decidió dejar vales por los cachés de la zona”, detalla la madrileña.

Además, el geocaching no entiende de edades. Miquel García, el Bat Petit, de tan solo 11 años decidió independizarse del equipo de sus padres en 2008 y crear el suyo. Ahora afirma haber localizado 5.030 tesoros y haber escondido 15. Aunque los que suman más edad tampoco quedan fuera del Geocaching. Sidro, de 58 años,  explica que en el juego hay participantes de “70 y hasta 80 años muy activos” porque además es aliciente para caminar.

En este deporte caminan las personas, pero también los cachés y lo hacen en forma de Travel Bugs, objetos que de caché en caché llegan a viajar por todo el mundo. Tecnics habla de “una pareja de figurines de boda que dejaron en distintas fiambreras a más de 1000 kilómetros y tenían que reencontrarse” o “un toro que tenía que llegar a los San Fermines de 2011”. Toda acción se documenta y se sigue en la web para aportar información de los pasos que dan los cachés en activo. Y como estas, cientos de historias más que los buscadores recién estrenados y también los más experimentados guardan como tesoros personales. Y dan un aviso a navegantes: “es muy adictivo, si lo pruebas te engancha”. Ahí, lo dejan, porque como dice Henar López “no conviene desvelar la magia del caché”  al igual que en la novela de Stevenson, donde Hawkins narró los detalles de la aventura “excepto la situación de la isla”, porque “el tesoro todavía está allí”.

Máster reporterismo Blanquerna Grupo Godó (2012)

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